Sus primeros años en Lontué, marcaron la visión futura de un joven Eduardo Frei Montalva. Así, entre campos, juegos, profesoras de escuelas rurales y amigos de distintos sectores, el ex mandatario fue forjando un pensamiento que lo llevaría a fomentar grandes lineamientos de su gobierno (1964- 1970).
Eduardo Nicanor Frei Montalva nació en los albores del centenario, el 16 de enero de 1911, en un Santiago de contrastes en el que la elite santiaguina seguía los usos y costumbres europeas, especialmente francesas. Este estilo se acentuó a mediados del siglo XIX, coexistiendo con una nueva clase media que emergía desde el auge del salitre. Este contexto de origen ayuda a comprender que la vivencia de la infancia y la niñez dependían estrictamente de la posición social y económica de los padres (1). En el caso del pequeño Eduardo, sus padres Eduard Frei Schlinz y Victoria Montalva Martínez pertenecían a una clase media sencilla y pobre, al decir de Cristián Gazmuri, su principal biógrafo.
En el libro “Eduardo Frei Montalva y su Época“, Gazmuri comenta que la clase social a la que pertenecía la familia del ex mandatario “transcurría en un anonimato sin perfiles”. Su desempeño laboral se desarrollaba entre esa “burocracia nacida como consecuencia del crecimiento del Estado” tras el auge y riqueza del salitre, que abarcaba desde profesores a empleados públicos y militares, como también a “comerciantes minoristas, empleados particulares, técnicos, artesanos acomodados, intelectuales, una masa abigarrada” (2). Las propias palabras de Frei describen el contexto de un Santiago que, pese a ser la capital de un país, seguía siendo provinciano en sus costumbres: “Nací en Santiago el año 1911, pero en otro mundo. No había en ese tiempo radio, televisión, refrigeradores, ni máquinas lavadoras. Casi no se veían autos y no se conocían los aviones comerciales ni los aeropuertos, de los cuales hoy está sembrada la tierra. Pocos sabían que existiera la energía nuclear y nadie sospechaba que pudieran fabricarse bombas atómicas. Las costumbres eran modestas y el tiempo caminaba con pausa. La gente se contentaba con poco y no se sentían dominados por ambiciones desenfrenadas” (3).
Por otro lado, en el mundo íntimo, la niñez y adolescencia de Eduardo transcurrieron en un “núcleo familiar estable” (4), que de hecho en sus palabras dirá “adoré a mi madre y respeté a mi padre ” (5). Se puede decir que la familia Frei Montalva cumplía a la perfección los roles esperados en una familia de clase media sencilla de la época: un padre con fuerte autoridad moral pero de bondadoso, y una madre amorosa y perseverante en la crianza de sus hijos, de fuerte fervor religioso. Por eso no es de extrañar que durante sus primeros años, el desarrollo de los Frei Montalva estuviera marcado fuertemente por las decisiones laborales del padre, quien ante la inminente llegada de su segundo hijo, Erwin Antonio (el 5 de febrero de 1914), y en busca de mejores oportunidades, se muda junto a su familia a Lontué, en la provincia de Curicó. Esto porque el Santiago del centenario ofrecía un estrecho margen de trabajo para un inmigrante como Eduard Frei Schlinz, el cual dominaba poco el idioma castellano y desarrollaba un oficio que tenía escasa demanda en la capital, un lugar que además no era amable con los inmigrantes extranjeros a nivel popular (6).
De este modo, Eduard Frei llega a trabajar a la Viña Lontué como contador, oficiando también el cargo de “ministro de fe” para los contratos con el personal (7). Además, la misma empresa que lo contrata le provee de una vivienda, ubicada dentro de un conjunto construido por la misma Viña para los trabajadores (8). Es ahí donde Eduardo Frei Montalva tiene su formación escolar inicial, experiencia que lo acompañará durante su vida y recordará en distintos momentos por la importancia significativa que tuvo en la formación de su personalidad.
Dado el precario contexto económico de su familia, sus padres no podían aspirar a que él y sus hermanos pudieran ser criados o cuidados por institutrices, un contexto de crianzas privado y particular reservado para la elite, por lo que Eduardo ingresa a la Escuela Pública N° 16 de Lontué.
La escuela rural, como muchas que existían en el campo chileno, estaba en manos de maestras con una formación básica, donde la instrucción estaba limitada a la lectura, la escritura, conocimientos básicos de matemáticas y otros generales (9). Este sistema educativo marcaba una de las diferencies existentes no solo a nivel socioeconómico, sino entre los sectores urbanos y rurales del Chile del centenario. Como explica Jorge Rojas Flores: “La escolarización era otro factor de diferenciación. Entre los niños que provenían de familias pobres, aunque letradas, sus vivencias podían tomar contacto temprano con las formas de socialización campesinas, sin dejar de aspirar a ascender socialmente” (10). Así, el modelo de educación rural en el que Eduardo Frei Montalva aprende sus primeras lecciones era propio de las escuelas primarias que aparecen tras la influencia del pensamiento liberal en el campo educacional chileno hacia mediados del siglo XIX, surgido desde la óptica estatal de la preocupación por impartir educación primaria a las clases populares, como una condición para “civilizarlos, y por esa vía, modernizar al país” (11).
La docencia, en tanto, era ejercida por profesores que participaron de ese temprano inicio de la profesionalización a principios del siglo XX, en el contexto de una enseñanza pública, gratuita y obligatoria.
Su profesora fue Isolina Muñoz Arriagada, con quien mantuvo un fuerte vínculo hasta la muerte de su primera maestra, según el relato de su prima: “Ella lo quería mucho. Nunca dejó de verlo. Cuando ella no venía a Santiago, él la iba a ver a Lontué. Siempre decía que el niño Eduardo era el más juguetón y el más habiloso alumno que había tenido en sus treinta años de maestra de escuela” (12), situación que contrasta con el recuerdo del mismo Frei, quien confiesa que su rendimiento era el habitual de un niño en este contexto: “cuando repartieron las notas en el patio de la escuela, cuando llegaron al nombre mío, la profesora dijo: Eduardo Frei: regular, regular, regular, regular. Nunca me he olvidado, ni tampoco de algunos coscachos que recibí en casa por tanto regular”. Sin embargo, sus compañeros recuerdan su paso a cuarto año de preparatoria con las mejores notas.
De esta etapa, marcada por una fuerte austeridad familiar, él mismo en sus “Memorias” señalaría también: “Tengo de esa pequeña y pobre escuela una imagen feliz e imborrable, de su directora, de sus profesoras y de mis compañeros, todos hijos de pobres campesinos. Los amigos que frecuentaba eran los hijos de otras familias dueñas de tierras o administradores de fundos. Sin embargo, y a pesar de haber convivido con ellos, no me han dejado en la memoria una huella igual a quienes ocupaban los bancos de la pequeña escuela rural” (13).
La lectura era importante en las familias de clase media chilena, aunque reducidas a un modo sencillo y poco amistoso para un niño, y porque si bien en el centenario se conocen versiones adaptadas para niños de enciclopedias, generalmente el acceso era a libros sin ilustraciones y de pequeño formato (14). En el ambiente familiar su madre fue la influencia más fuerte en su temprana formación intelectual, dejando sentir su catolicismo practicante. Según el estudio de Jorge Rojas Flores, a fines del XIX la Iglesia Católica empieza a ser asediada en su quehacer político y social, de modo que el pensamiento cristiano y católico “comenzó a descansar principalmente en la función educativa que desarrollaba la mujer al interior del hogar” (15). En este contexto, Victoria Montalva desempeñó el rol de una madre católica con sus hijos, donde la enseñanza de la lectura aparece bajo la forma de las Biblia y lecturas piadosas, vidas de santos y ejemplares como parte de la adquisición y desarrollo de buenas costumbres (16).
Fuera del ámbito escolar, la infancia de Eduardo Frei era la habitual de un niño que vive en una zona rural, con espacios de ocio y juego en los campos circundantes. Sus mismos compañeros de ese entonces relatan: “A pesar de que Eduardo fue siempre alto, tenía un caballito mampato que se llamaba “No Sé”. Él nos prestaba el pingo, pero hacia respetar un turno haciendo concursos. Al que ganaba se lo prestaba primero” (17).
El gran amigo del primogénito de los Frei Montalva fue un compañero que falleció en 1962. “Se llamaba Pomelio González Ibarra, era un muchacho humilde, hijo de campesinos, que estudiaba con mucho esfuerzo. En verdad era el gran amigo de Eduardo. Se sentaban juntos. En los partidos de fútbol eran compañeros de equipo y los dos eran muy buenos para las bromas” (18). Estos juegos y el pasar de los trenes, medio de transporte que fue de gran impacto en su infancia de movimiento y migración, ya que en su adultez la experiencia del viaje en tren estaría asociada como él mismo describió con “viaje y aventura ” (19).
En 1919, Eduard Frei Schlinz regresa como contador a trabajar a la Empresa de Ferrocarriles del Estado, en la Estación Mapocho de la capital, por lo que la familia regresa a Santiago. Esto coincide con el inicio de la adolescencia del primogénito, quien entra en contacto con las primeras transformaciones de la vida moderna de la ciudad. Pese a este abrupto cambio, la infancia rural de Eduardo será clave en su biografía.
Años más tarde, como estudiante de Derecho en la Universidad Católica de Chile, Eduardo Frei puede modernizar y actualizar su pensamiento enraizado en el campo de Lontue. Experiencia que guarda coherencia con su pensamiento político e intelectual socialcristiano y de justicia social que desarrollará a lo largo de su vida, y que tomará forma durante su gobierno a través de programas como la Reforma Agraria, la Sindicalización Campesina y la Reforma Educacional, algunos de los ejes centrales de los cambios estructurales y de modernización que llevó a cabo en Chile.
En 1970 Eduardo Frei Montalva regresa a Lontué, ya como Presidente de la República, a hacer entrega junto al Ministro de Educación Máximo Pacheco Gómez de una nueva Escuela Pública. En ese marco señala: “Aquí estudié, aquí queda un recuerdo imperecedero y, su algo se ha hecho, en este período por la educación pública, yo espero que sea una retribución en lo que a mí me corresponde, de lo que yo recibí en este pequeña escuela rural, porque las escuelas no las hago yo, ni las pago yo, sino que las hace Chile” para señalar finalmente que tras su paso por la formación en su niñez por esta escuela: ¿Cuál es la lección? Que en este país las puertas están abiertas para todos. Estaban abiertas en esos años, cuán abiertas están ahora” (20).
Notas:
1. p. 26. Gazmuri, C. Eduardo Frei Montalva y su tiempo. Ed. Aguilar. Santiago. 2000
2. p. 36-39. Ibíd.
3. p. 19 Frei Montalva. E. Memorias. Planeta. Santiago. 1989.
4. p. 41. Gazmuri.
5. p. 45. Ibíd. (73)
6. p. 42. Ibíd.
7. p. 43. Ibíd.
8. p. x, Ibíd.
9. p. 44. Gazmuri.
10. p. 123. Rojas Flores, J.
11. p. 168. Rojas Flores, J.
12. Así transcurrió la infancia de un niño pobre. Revista Vea. 10.09.1964
13. p.20. Frei Montalva. Memorias.
14. Ibíd.
15. 149. Rojas Flores, J.
16. 147 ibíd.
17. La pequeña escuelita de un gran hombre. Revista Vea. 10.09.1964. Entrevista a Hernán Alegría Inostroza y Enrique Marchant, compañeros de curso de Eduardo Frei Montalva.
18. Ibíd.
19. p.19. Frei Montalva. Memorias
20. Frei Montalva, E. Palabras del Jefe de Estado en ceremonia de entrega de la nueva escuela de Lontué. 17.06.1970.
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