Destacado del mes | “Piececitos de niño”: Infancia chilena del siglo XX

10 de agosto de 2020

En agosto, mes en que nuestro país celebra la infancia y en el que además se cumplen cien años de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, retrocedemos un siglo de nuestra historia para mirar la realidad de los niños y niñas en Chile a principios del siglo XX, donde el escenario político, social y económico era diferente, pero en que comienza a gestarse un cambio sustancial en la forma en que los integrantes más pequeños de las familias eran percibidos, tanto por las personas como por el Estado.

Familia obrera. 1920. Colección Biblioteca Nacional. Memoria Chilena.

En la década de 1920, la realidad social chilena se caracterizaba por una escasa movilidad social, donde un porcentaje minoritario de la población vivía en cómodas condiciones, gozando de poder político y económico; mientras, por el contrario, una inmensa mayoría de los chilenos lidiaba con condiciones deficientes y en muchos casos miserables, sin mayor acceso a condiciones mínimas de bienestar.

Dentro de este contexto, queremos invitarles a una revisión de la situación de la infancia, que será el tema principal de este artículo, poniendo énfasis en algunos ámbitos de la vida familiar, como el número de hijos por familia y el rol de la infancia dentro de la sociedad; las dificultades de la infancia, como el trabajo, el abandono y ciertas enfermedades que hacen ver lo precaria que podían llegar a ser sus condiciones de vida; también sobre la educación, el acceso que los niños tienen a ella según su condición social y el nivel de escolaridad que lograban alcanzar; y finalmente lo relacionado a la entretención, un ámbito de la vida cotidiana que hoy se considera fundamental en el desarrollo de la infancia, pero que hace cien años atrás recién empezaba a rondar la idea de su necesidad.

Queremos recordar cómo vivían los niños de antaño, en un gesto que nos ayude a tomar conciencia de su importancia en la sociedad y en un acto para contribuir a su consolidación como sujetos de derecho en donde nosotros como adultos somos los responsables de brindarles aquellas condiciones necesarias para su desarrollo integral en un ambiente digno, libre y democrático. Por lo mismo, es que hemos tomado de inspiración para el título de este artículo uno de los poemas más sensibles y famosos de Gabriela Mistral con el que la poetiza nos inunda de su increíble sensibilidad hacia quienes permanecieron durante décadas invisibles ante los ojos de los adultos, sus amados niños.

Chile a principios del siglo XX

Niño. 1925. Colección Museo Histórico Nacional. Fotografía Patrimonial.

A principios del siglo XX nuestro país se encontraba en una etapa particular de su historia, era un período bastante distinto de lo vivido en las primeras décadas como Estado independiente y sería muy diferente a lo que vendría más adelante.

En lo político prevalecía un régimen parlamentarista, que cobró fuerzas tras la Guerra Civil de 1891 y que, después de décadas de un fuerte presidencialismo, inclinó la balanza del poder político hacia el Congreso, condicionando en gran medida la gestión de los mandatarios a los intereses de los parlamentarios. Sin embargo, luego de algunas décadas, este sistema comenzaba a mostrar sus debilidades, sobre todo por no responder a una creciente demanda por solucionar los problemas que afectaban a buena parte de la población de la época, fenómeno conocido como “cuestión social” y por las transformaciones al interior de la propia clase política y que no eran más que un reflejo de los cambios en la sociedad.

La clase política transita por cambios importantes, pasando de ser un grupo compuesto principalmente por una élite aristocrática y burguesa, a tener entre sus miembros a actores de los sectores medios de la sociedad, lo que implica el surgimiento de nuevas ideas, nuevos intereses y sobre todo muchas críticas a la clase dominante tradicional, generando tensión al interior del sistema que se va agudizando producto de la mencionada “cuestión social”.

En lo económico, Chile vive un momento de gran prosperidad en la explotación del salitre, un recurso minero que se transformó en el sustento de nuestro país desde finales del siglo XIX cuando fueron incorporados los territorios de Tarapacá y Antofagasta como consecuencia de la Guerra del Pacífico (1879-1884), que trajo consigo una enorme riqueza, pero que acabó concentrada en pocas manos, muchas de ellas miembros de la clase política, mientras los obreros y sus familias vivían y trabajaban en pésimas condiciones produciéndose gran descontento entre ellos y despertando el surgimiento de organizaciones de trabajadores del salitre que tuvieron un rol importante en el movimiento obrero de la primera mitad del siglo XX.

Niños de clase alta. 1915. Colección Museo Histórico Nacional. Fotografía Patrimonial.

Finalmente, en el ámbito social, la creciente desigualdad entre la población provocaba un crudo contraste entre las condiciones de vida de una minoría acomodada y una mayoría que a duras penas satisfacía sus necesidades básicas. El aumento de la población en las ciudades, la precariedad de las viviendas, el hacinamiento, la falta de agua potable, las malas condiciones higiénicas, los bajos salarios, las altas tasas de natalidad y mortalidad infantil tenían a los sectores populares en condiciones críticas.

En este escenario, la infancia, que comparte junto a los adultos en la precariedad social del período, vive situaciones de cambio. Y es que, así como se hace evidente la necesidad de responder a la “cuestión social”, comienza a surgir una especial preocupación por las condiciones en las que viven los niños, siendo algunas de las situaciones que más los afectaban el abandono, el trabajo infantil, el analfabetismo, la alta mortalidad, entre otros.[1]

El abandono o vagancia, comúnmente asociados a la delincuencia y a la explotación infantil de parte de los padres u otro adulto fue una de las primeras situaciones de vulnerabilidad sobre la que se empezaron a tomar medidas. Se transformó en una discusión política y académica que llegó incluso a la prensa de la época, donde los medios hacían eco de la situación de los niños, la delincuencia y la necesidad de que existiera una institucionalidad especial para los menores. También se discutía sobre esta situación en numerosos congresos, tanto en Chile como en el extranjero. Sin embargo, el tema era abordado de acuerdo al contexto de la época, de una forma que quizás para nosotros hoy nos parecería chocante o brusca en su forma de referirse a los menores, pero es importante recordar que hace un siglo atrás nuestra sociedad era diferente y los niños no eran vistos de la forma que lo son hoy. Persistía la idea de ellos como “pequeños adultos”, no como personas en desarrollo y por ende en varias ocasiones se buscó enfrentar con cierta dureza aquellos problemas como la vagancia y muchos menores de edad terminaban en las cárceles y en correccionales donde no eran tratados precisamente como infantes, siendo sometidos a estrictos regímenes internos donde muchas veces se abusó del castigo físico y no de su instrucción escolar o su formación valórica, siendo esta una aguda situación que se incrementaba año a año y que en muchos casos fue por la irresponsabilidad de adultos que los explotaban como medio de ganar dinero.[2]

El trabajo infantil fue otra de las situaciones en las que se podía ver la precaria realidad de los niños y niñas chilenas. Muchos menores se desempeñaban en diferentes trabajos y aunque no existen muchas cifras al respecto, dado que en la mayoría de los casos eran prácticas ilegales, con el advenimiento de la fotografía fue quedando registro de su presencia en fábricas, yacimientos mineros y en los puertos, también en las calles como suplementeros o lustrabotas. Un caso que si ha sido estudiado por la historiografía en esta materia es la de los niños y niñas que se emplearon durante muchos años en las fábricas de vidrio, donde se presentan algunas cifras sobre el porcentaje de los obreros que trabajaban en la industria alfarera, de cerámica y de vidrio entre 1903 y 1926, donde no deja de impresionar que para ese período la cantidad de infantes llegaba a constituir casi el 30% del total de operarios y nunca fue menor al 20% de éstos.[3]

Niño trabajando en maestranza salitrera. 1905. Colección Museo Histórico Nacional. Fotografía Patrimonial.

Otro aspecto que desencadenó profundas discusiones fue la escolaridad de los niños. Y es que hasta que no se estableciera la obligatoriedad de la enseñanza primaria hace exactamente cien años, la asistencia de los menores a las escuelas era muy baja, existiendo una serie de razones para ello. Sin embargo, el argumento de mayor peso para la baja inserción escolar fue precisamente el propio trabajo infantil que mencionábamos anteriormente, ya que el hecho de que los menores se desempeñaran en actividades económicas implicaba un ingreso de dinero extra para sus familias, por lo que ir a la escuela iba en desmedro de la situación familiar. Por lo mismo, la primera Ley de Instrucción Primaria Obligatoria de 1920 sólo estableció la escolaridad mínima en cuatro años, para que la educación fuera compatible con el trabajo.[4] A ello podemos sumar que tampoco existe en esta época una idea generalizada entre la población de que la educación fuera una herramienta para una mejor calidad de vida, eso recién se consolidará hacia mediados de siglo y por lo mismo los niveles de escolaridad se mantendrán en niveles insuficientes hasta, por lo menos, la década de 1960.

Finalmente, un último aspecto que preocupó a políticos e intelectuales respecto de la infancia eran las tasas de mortalidad infantil que se mantenían muy altas a pesar de los esfuerzos que se venían haciendo desde finales del siglo XIX en materia sanitaria, con la ampliación de la cobertura y la implementación de campañas de vacunación contra enfermedades que causaban estragos entre la población por ese entonces, como la viruela. Sin embargo, la vulnerabilidad infantil no lograba disminuir haciendo que nuestro país tuviera las tasas de mortalidad infantil dentro de las más altas del mundo, siendo sobre el 30%. Las razones específicas por las cuales morían tantos niños y niñas en nuestro país son difíciles de definir, no por falta de antecedentes, sino más bien porque para ese entonces la mayoría de los infantes moría en sus casas, sin recibir atención médica y cuando lo hacían, los avances científicos de la época no permitían identificar con certeza una serie de enfermedades que hoy es mucho más fácil de determinar. Sin embargo, existe consenso en establecer que las precarias condiciones de vida, la falta de higiene, el escaso acceso a la salud de los sectores populares y algunas enfermedades que por ese entonces eran comunes entre la población fueron factores determinantes para que año a año miles de niños murieran antes siquiera de cumplir su primer año de vida.[5]

Nueva valoración social de la infancia

Niños del hogar de huérfanos Presidente Ibáñez. Concepción, década de 1920. Colección Museo Histórico Carabineros de Chile.

Conforme se difundían nuevas ideas sobre la infancia, en nuestro país surgieron potentes voces que abogaron porque los niños y niñas fueran protegidos. La percepción sobre la infancia cambia, comienzan a ser vistos como seres frágiles, que necesitan ser protegidos y educados. Aparecen visiones sobre la necesidad de que crezcan y se desarrollen de forma distinta, con aspectos que se promueven como fundamentales en estos procesos, como la recreación, el juego.

En la instauración de este nuevo estatus social de la infancia tuvo un papel fundamental el desarrollo que alcanzaron especialidades profesionales como la pediatría, la pedagogía y la psicología, que promovieron nuevas formas de crianza, cuidados y educación infantil. Cada una de estas especialidades, desde su área, impulsó cambios que fueron modificando el trato y el rol de los niños y niñas dentro de sus familias y en la sociedad.

Uno de estos cambios tiene que ver con los cuidados hacia los infantes, donde se comenzó a promover una crianza más afectiva de parte de los padres, instando, por ejemplo, a la eliminación de castigos físicos, pues afectaban no solo la corporalidad, sino también las emociones de los menores, incidiendo en su crecimiento y su personalidad.

En sintonía con lo anterior, surgieron iniciativas para educar a los adultos respecto de la correcta alimentación e higiene de los niños, a través de folletos, cartillas o en las propias consultas médicas que mencionaban los beneficios de la lactancia materna, la higiene bucal o el uso de vestuario adecuado según el clima.

De igual forma, se difundieron con esmero algunas directrices sobre la formación valórica de la infancia, pero también se dejaron en evidencia cómo las diferencias sociales afectaban el desarrollo de niños y niñas. Mientras los más acomodados podían disfrutar de juguetes, cuentos y otros mimos, en el lado opuesto de la realidad teníamos niños trabajando, mendigando, pasando hambre y frío. Por ello, a través de numerosas instancias se buscó que los niños y niñas de los sectores populares también pudieran divertirse y tuvieran acceso a juguetes, los que comienzan a verse cada vez más, ya no como algo exclusivo de los niños de clases altas, si no como algo que hasta el niño más humilde debiera tener.[6]

Las formas de enseñanza cambiarían también, no sólo con un aumento importante en el número de escuelas y la formación de profesores en las Escuelas Normales, sino también en el trato que recibían los menores en el sistema educacional, siendo clave en la defensa y promoción de este “nuevo trato” hacia la infancia la figura de Gabriela Mistral, quien desde muy joven buscó que se instaurase un modelo distinto de educación infantil, donde primara la figura de maestros y maestras amables, sensibles y creativos y donde los niños y niñas aprendieran motivados por el afecto y la vocación de sus profesores. Ella, junto a otros intelectuales de la época, buscaron fomentar la lectura, la recreación y las experiencias artísticas como herramientas educativas fundamentales y que ponían al centro del sistema a la infancia.[7]

Niños afuera de un conventillo. Santiago, 1920. Colección Biblioteca Nacional. Memoria Chilena.

De esta forma y pese a las duras condiciones que enfrentaba la infancia en Chile hacia la década de 1920, cambios significativos comenzaron a gestarse al respecto. Transformaciones que si bien no dieron frutos inmediatos significaron un punto de partida para que en el futuro los niños y las niñas de nuestro país pudieran crecer y desarrollarse de la forma en la que lo hacen hoy. Sin embargo, sabemos también que hay muchos desafíos pendientes, que aún persisten condiciones de precariedad y vulnerabilidad para la infancia y que aun falta por hacer para resguardar la vida y la dignidad de aquellos que como sociedad tenemos el deber de proteger.

“Estamos enfermos de muchos errores y de otras tantas culpas; pero nuestro peor delito se llama abandono de la infancia. Descuido de la fuente. Ocurre en algunos oficios que la pieza estropeada al comienzo ya no se puede rehacer. Y en el caso del Niño hay lo mismo: la enmienda tardía no salva. De este modo, nosotros estropeamos el diseño divino que él traía.”

Gabriela Mistral, Llamado por el niño, mayo de 1948.[8]


[1] Patricia Castillo, “Desigualdad e infancia: lectura crítica de la Historia de la Infancia en Chile y en América Latina”, Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 13, n°1 (2015): 102.
[2] Jorge Rojas, Historia de la infancia en el Chile Republicano¸ (Santiago: Junta Nacional de Jardines Infantiles-JUNJI, 2010), 210-219.
[3] Jorge Rojas, Los niños cristaleros, Los niños cristaleros: trabajo infantil de la industria. Chile, 1880-1950, (Santiago: Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos-DIBAM, 1996), 29.
[4] Ibidem, 78.
[5] Jorge Rojas, Historia de la infancia en el Chile Republicano¸ (Santiago: Junta Nacional de Jardines Infantiles-JUNJI, 2010), 303-307.
[6] Ibidem., 265-277.
[7] Cristián Warnken, director, Gabriela Mistral. Pasión de enseñar. Pensamiento pedagógico, (Valparaíso: Editorial UV de la Universidad de Valparaíso, 2017), 187-291.
[8] Ibidem., 44-45.

 

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