Hace medio siglo, una de las características demográficas de nuestro país eran las altas tasas de natalidad que, combinadas con un descenso en la mortalidad como consecuencia de avances en salud e higiene, hacían que la población aumentara de manera importante. Sin embargo, las precarias condiciones socioeconómicas de los sectores populares a mediados del siglo XX hacían difícil la mantención de los hijos. Por ello, prácticas como el aborto provocado eran habituales y las consecuencias sanitarias en las madres se transformaron en un problema de salud pública y bienestar social discutido en los círculos médicos.
Como una respuesta a esta situación surge la planificación familiar como alternativa de solución, o al menos como una medida complementaria a toda aquella política de carácter público que pretendiera implementarse materia de bienestar social. Y aunque su implementación no fue fácil ni estuvo exenta de detractores, cincuenta años después sus efectos en la sociedad son innegables, siendo una de las políticas con mayor impacto del siglo XX.
Antes de adentrarnos en nuestro tema principal, es necesario dejar en claro que el concepto de planificación familiar no es lo mismo que control/regulación de la fertilidad, como tampoco es sinónimo de control de la natalidad.
Cuando hablamos de regulación de la fertilidad, estamos haciendo alusión a toda aquella estrategia utilizada por una persona -generalmente mujeres, dado que tradicionalmente se ha derivado en ellas esta responsabilidad- para controlar de manera consciente la posibilidad de un embarazo. Con el apoyo de diferentes métodos anticonceptivos, utilizados de forma correcta, las personas pueden decidir la cantidad de hijos que quieren o pueden tener y la periodicidad de estos. Por ello es por lo que entendemos que la regulación o el control de la fertilidad es una decisión y una práctica más bien personal o de pareja, pues cada uno opta por la forma o método que más les acomode, de acuerdo con sus recursos, preferencias y creencias.
Es así como desde tiempos muy remotos el ser humano ha recurrido a diferentes medios de evitar embarazos. Desde los preservativos, de los que se tiene conocimiento desde al menos el 1300 A.C., en Egipto, hasta los anticonceptivos hormonales descubiertos a mediados del siglo XX y que han derivado en una amplia gama de parches, inyecciones, dispositivos subcutáneos e intrauterinos, además de la ya clásica píldora, a los que se suman también infusiones y ungüentos de la más dudosa efectividad, además de posturas corporales, intervenciones quirúrgicas y abstinencia en períodos de fertilidad femenina. [1]
Por otro lado, los conceptos de planificación familiar y control de la natalidad deben entenderse en un contexto mucho más amplio, pues ambos términos se consideran estrategias de carácter comunitario, que van más allá de evitar el hecho particular de un embarazo. Ambas políticas apuntan más bien a enfrentar situaciones que afectan a la sociedad como conjunto, como la mortalidad materna provocada por abortos, la pobreza, el subdesarrollo o la mortalidad infantil, pues el objetivo final apunta a garantizar condiciones mínimas de bienestar social. En el caso de la planificación familiar, esto se hace a través de la promoción de la regulación de la fertilidad gracias al trabajo del personal de salud en centros públicos o privados. Mientras que el control de la natalidad derechamente restringe el número d hijos a las familias, por medios legales o económicos, como fue por ejemplo el caso de China con su política del hijo único. [2]
En Chile, como en varias otras zonas de América Latina, los programas de planificación familiar se impulsaron con fuerza en la década de 1960, motivados por varias dificultades que se consideraban urgentes de atender. Quienes levantaron en Chile la voz de alarma frente a estas, no fueron los directamente afectados, sino algunos miembros de la comunidad médica nacional, los que conocían de cerca la precaria realidad social de parte importante de la población, pues a diario tenían que lidiar con ello.
En nuestro país, uno de los principales problemas sociales levantado como argumento para promover la idea de que era necesaria una política pública entorno a la planificación familiar fueron las elevadas tasas de mortalidad materna que se observaban por ese entonces. Considerando particularmente que, dentro de las causas de ella se encontraban las complicaciones posteriores de procedimientos de aborto provocado, realizados buena parte de las veces por personas sin conocimientos clínicos y en situaciones higiénicas inapropiadas. Ello traía como resultado que muchas mujeres ingresaran a los servicios de urgencia con graves infecciones, hemorragias, perforaciones uterinas, entre otras secuelas.
Las cifras estadísticas de los servicios públicos de salud y de investigaciones realizadas por médicos que se dedicaron a estudiar el aborto en Chile eran alarmantes. Sólo en 1965 se atendieron en los hospitales públicos 56.130 casos de complicaciones relacionadas con abortos y dentro de la década el 35% de las cirugías de obstetricia se debían a complicaciones derivadas de abortos, el 27% de la sangre usada en los servicios de urgencia se destinó a casos de este tipo. [4]
Otras cifras nos ayudan a complementar la magnitud del problema. Un estudio basado en entrevistas a mujeres de Santiago, Concepción y Antofagasta de entre 20 y 44 años, realizada entre los años 1961 y 1964 mostró que el aborto era la causa de casi un tercio de las muertes maternas. También revelaba que, de las mujeres entrevistadas casi la mitad confesaba haber abortado, y de ellas al menos la mitad se había realizado al menos tres abortos, siendo las mujeres más jóvenes (20 a 34 años) las con mayor incidencia. [5]
Este estudio revelaría, además, antecedentes sobre la realidad socioeconómica de estas mujeres. Por ejemplo, la mayoría de ellas pertenece a estratos sociales bajos; casi todas eran casadas; se realizaban los procedimientos con matronas, aficionadas e incluso algunos médicos; la mayoría de ellas se provocó abortos después de tener al menos 3 hijos y fuera de un hospital; y con respecto a la razón para ello, una de las causas más invocadas fue la incapacidad económica de mantener otro hijo. Finalmente, el estudio concluye con palabras que reflejan a cabalidad el sentir mayoritario de los especialistas en torno al tema
“En conclusión, el cuadro epidemiológico del aborto provocado exige, en Chile, urgentes medidas preventivas. Se admite que los medios contraconceptivos deben reemplazar el aborto provocado. Los resultados de estos estudios se están confirmando en otros países latinoamericanos. Si tal es el caso, los autores desean subrayar la necesidad de un programa realista de prevención del aborto provocado”. [6]
Así, el esfuerzo sistemático de médicos, académicos y otros especialistas por estudiar el tema del aborto provocado en Chile, lograron situar esta práctica como un problema social grave, con el carácter de epidemia, donde su condición de ilegal quedaba absolutamente en segundo plano, en comparación con la necesidad de su erradicación desde la perspectiva sanitaria y social. Personas como Rolando Armijo, Tegualda Monreal, Mariano Requena, Hernán Romero y Benjamín Viel dedicaron parte importante de sus vidas a visibilizar este problema y a promover la planificación familiar como una herramienta clave para su prevención.
De gran ayuda fue la visita que en 1962 hizo Ofelia Mendoza, en su calidad de miembro de la mayor organización a nivel mundial dedicada a la promoción y educación entorno a planificación familiar, la Federación Internacional de Planificación Familiar-FIPF (en inglés: International Planned Parenthood Federation-IPPF), fundada en 1952 por iniciativa de un grupo de mujeres de distintas latitudes, entre las que se encontraba la enfermera estadounidense Margaret Sanger, quien “luchó durante toda su vida para ayudar a que las mujeres del Siglo XX obtuvieran el derecho a decidir cuándo tener un hijo o no tenerlo”. [7]
La visita de Ofelia Mendoza marcó el punto de inicio del nacimiento de una serie de iniciativas de un carácter más institucional al respecto. Su estadía en Chile significó la consolidación de un apoyo internacional especializado en la materia que permitiría obtener apoyo económico y académico para el desarrollo de políticas y programas de planificación familiar. Después del encuentro entre Mendoza y la Agrupación Médica Femenina se pudo trazar el camino con el Servicio Nacional de Salud a través de un consejo profesional y un posterior comité asesor que estudiaría a fondo los problemas de aborto, mortalidad materna y regulación de la fertilidad bajo la dirección de profesionales que llevaban tiempo en ello como el doctor Hernán Romero. Dicho comité fundaría en 1965 la organización chilena especializada que implementaría los primeros programas de planificación familiar en nuestro país, la Asociación Chilena de Protección de la Familia-APROFA.[8]
Es entonces que vemos como, durante la primera mitad de la década de los 60, diversos profesionales de la salud considerados en varias publicaciones como pioneros de la promoción de estas ideas en Chile, buscaron apoyo fuera de nuestro país, principalmente en los Estados Unidos, donde obtuvieron desde espacios para mostrar los resultados de sus investigaciones en distintas conferencias, hasta apoyo financiero para organizarse y levantar proyectos de planificación familiar que se implementaron de forma localizada antes de materializar un trabajo conjunto con el Servicio Nacional de Salud para implementar una política pública a nivel país.
Con el nacimiento de APROFA y su reconocimiento oficial de Corporación-situación que le permitía canalizar recursos provenientes de aportes de diferentes organismos-se facilitó el vínculo de cooperación público-privada que permitiría que se implementara a nivel nacional el primer programa de salud pública orientado a la planificación familiar. Así, APROFA y el Servicio Nacional de Salud, dirigido por el médico Francisco Mardones Restat, pusieron en marcha el Plan de Políticas para la regulación de la Natalidad en Chile del Servicio Nacional de Salud en agosto de 1965.[9]
Dicho plan, destinado a los diferentes centros de salud pública del país definió como su objetivo fundamental el promover la paternidad responsable y el bienestar de las familias chilenas, evitando el número de abortos clandestinos que alarmaba a la comunidad médica y reduciendo la mortalidad materna gracias a la entrega de anticonceptivos orales y el uso de dispositivos intrauterinos. Pero el plan no solamente consistía en la entrega de métodos anticonceptivos, ya que desde sus inicios contempló tres líneas de acción que abarcaban el desafío de forma integral.
En primer lugar, estaba la asistencia profesional hacia las mujeres, fundamentalmente en los servicios de maternidad, aunque también en los consultorios y poniendo especial dedicación en atender las inquietudes de mujeres de más bajos recursos, pues eran las que más embarazos solían tener según los estudios que se realizaban. De hecho, generalmente las matronas aprovechaban el alta del post parto o una atención de urgencia por complicaciones causadas por aborto para aconsejar algún método anticonceptivo en el caso que desearan no tener más hijos. La idea era también que los servicios de salud pública lograran la cobertura total de los casos de mujeres que llegaran a los servicios de emergencia por consecuencia de abortos, además de lograr que al menos el 40% de cobertura para mujeres en el parto.
Como un segundo ámbito de este plan se contemplaba el entrenamiento del personal de salud en materia de regulación de fertilidad. Esto se logró tanto en la colaboración con APROFA, a través de capacitación del personal de salud, como también con estrategias como la de abrir nuevas escuelas de obstetricia en otras ciudades del país y así formar a más matronas para dar mayor cobertura al servicio. En énfasis en la instrucción de las matronas se debía a que eran ellas las cubrían cerca del 80% de las consultas de planificación familiar, por lo que era fundamental que contaran con las capacidades clínicas y los conocimientos teóricos que les permitiera desempeñar su rol de la forma más completa posible.
Finalmente, el desarrollo permanente de investigación fue otro de los aspectos abarcados por el plan. Se realizaron numerosos estudios, financiados por APROFA o por fundaciones privadas extranjeras, que contaron con el apoyo de la Universidad de Chile, los cuales eran informados a través de publicaciones escritas, como revistas especializadas en Chile y en el extranjero, o través de congresos y conferencias que se llevaron a cabo tanto e nuestro país como fuera de él. De hecho, una de las instancias académicas más significativas de la década fue la VIII Conferencia Internacional de la Federación Internacional de Planificación de la Familia. [10]
La mencionada conferencia, realizada en Santiago del 9 al 15 de abril de 1967, reunió a una serie de especialistas en la materia, contó con la presencia del Presidente de la República Eduardo Frei Montalva en su sesión inaugural y abarcó todos los aspectos que competen a la planificación familiar, el estudio entorno a los anticonceptivos y permitió el diálogo entre las experiencias y realidades de buena parte del mundo. Sin duda, este evento de carácter internacional significó la consolidación de los esfuerzos por promover las políticas de planificación. [11]
La Conferencia Internacional de la FIPF tuvo como lema “Paternidad Consciente-deber y derecho humanos” y las diferentes exposiciones hicieron referencia a todos aquellos desafíos que sirvieron de argumento para fomentar estas políticas en nuestro país, además de incorporar al debate otras aristas, como la importancia de la educación sexual en las escuelas, la responsabilidad que le corresponde a los profesionales médicos/sanitarios y el impacto que tiene la familia planificada en el desarrollo económico de una sociedad.[12] Esta última idea se debe a la influencia que viene desde los Estados Unidos, donde el renacer de las ideas malthusianas[13] que hablan de la relación entre cantidad de población y crecimiento económico, crearon un concepto de familia moderna, con menos hijos y planificada gracias al uso de anticonceptivos.[14]
No obstante, la implementación de la planificación familiar en Chile, el fomento del uso de anticonceptivos entre la población, el planteamiento de la necesidad de la educación sexual en las escuelas y varios otros temas relacionados no estuvieron libres de generar debate y en algunos casos rechazo. Siendo el caso más visible el de algunos sectores de la Iglesia Católica que hicieron ver sus cuestionamientos a través de medios como la prensa o la revista Mensaje [15], alineándose con la postura oficial de la institución plasmada en la encíclica Humanae Vitae, publicada por Paulo VI en 1968 y en la que dejó explícito su rechazo a todo método artificial de control de la natalidad, causando la sorpresa dentro del mismo clero, pues por ejemplo el Episcopado chileno se había mostrado bastante tolerancia con el uso de anticonceptivos, entendiendo que el aborto y la explosión demográfica constituían problemas mucho mayores y expresando que el uso de estos métodos de regulación de fertilidad podían ser más bien una decisión privada de cada pareja.[16]
Los cuestionamientos a los que nos hemos referido no lograron frenar el curso del programa. De hecho, estudios de Josefina Losada y Carmen Miró, realizados en 1968, muestran que las creencias religiosas no fueron un factor que influyera en la decisión de las mujeres respecto del uso de anticonceptivos.[17] El argumento del aborto como epidemia, el discurso en pro de salvar la vida de las mujeres, las condiciones socioeconómicas de parte importante de las familias y la influencia externa en el nuevo modelo de estas en una sociedad que aspira a ser moderna, donde la planificación familiar se plantea como signo de progreso, fueron lo suficientemente convincentes para que el plan se desarrollara en los servicios públicos y en los centros de APROFA de manera tal que apenas un par de años después de iniciado ya mostrara cambios importantes en las estadísticas vitales y de salud pública. Como lo expresa la historiadora Jadwiga Pieper Mooney
“Sacerdotes y obispos chilenos, así como funcionarios de salud y representantes políticos, se unieron en defensa de la vida, el esfuerzo por controlar la mortalidad materna, y apoyar al país en la senda de la ansiada modernización”. [18]
En el año 1976, luego de poco más de una década de iniciado el plan al que nos hemos referido en este artículo, APROFA publicó una síntesis evaluativa de los primeros años de planificación familiar en nuestro país. Allí hace referencia al camino recorrido desde los primeros esfuerzos individuales de algunos médicos que prescribían métodos anticonceptivos en sus consultas por allá por las década de 1930 y 1940, hasta principios de los 60 cuando comenzaron los estudios y las discusiones entorno a la necesidad de una política que promoviera la regulación de la fertilidad desde los servicios de salud y hace un interesante resumen de todos aquellos aspectos que se llevaron a cabo dentro de este programa implementado formalmente desde 1965 por el Servicio Nacional de Salud en conjunto con APROFA.
Este mismo informe entrega gran cantidad de datos estadísticos gracias a los cuales podemos ver cómo en un corto período de tiempo ya es posible observar cambios importantes. Por ejemplo, la disminución de la natalidad y la mortalidad infantil, del mismo modo que un descenso en la cantidad de hijos promedio por mujer. También, una baja importante en el número de hospitalizaciones y muertes femeninas por aborto a la par de un aumento significativo de las mujeres usuarias de métodos anticonceptivos atendidas en los servicios públicos de salud. [19]
Ahora bien, si nos alejamos aún más en el tiempo, las evaluaciones muestran resultados realmente impactantes, pues 50 años después vemos que la mortalidad materna ha disminuido en un 93% y las causas de muerte ya no son las mismas. Eso sin considerar que los datos actuales muestran que la cantidad de hijos por mujer ha disminuido notablemente.
No queremos finalizar sin antes compartir una reflexión entorno a la importancia histórica y cultural que tiene esta política de planificación de la familia en nuestro país, pues hizo que la sociedad chilena cambiara significativamente en estos últimos 50 años. En la actualidad se considera un derecho humano de una pareja o de cada uno individualmente el poder decidir cuántos hijos tener y el espaciamiento entre ellos, eso si es que deciden tenerlos.
Una consecuencia notable e inesperada de todo esto tiene que ver con el papel de las mujeres en la sociedad. Hoy se les ve insertas en el mundo académico, profesional, político y laboral como nunca en nuestra historia y compartiendo con los hombres los roles domésticos o de crianza de los hijos que tradicionalmente les estaban asignados; las vemos conscientes de su sexualidad y mucho más libres al respecto de lo que eran hace medio siglo. Lo curioso es que el plan implementado en 1965 no lo contemplaba, más bien las mantenía en un estado pasivo, pues en muchos casos la decisión del uso de un método anticonceptivo o su rechazo dependía de la aprobación de la pareja – hombre, casados o no – o del médico.
“En efecto, el programa le entregó a la mujer las modernas tecnologías anticonceptivas (la píldora y el DIU) pero no se orientó al logro de una redistribución de los papeles al interior de la familia. No consiguió que el hombre tomara conciencia de la paternidad como un acto responsable y se hiciera partícipe del cuidado de los hijos y de la solución de los problemas domésticos relacionados con la crianza y la formación de ellos. La mujer siguió siendo la encargada de la planificación de los hijos, así como de su cuidado físico y afectivo. El Estado le otorgó apoyo, pero ello con cambió su papel tradicional en la familia.” [20]
El cambio ocurriría igual… Tardaría un poco más, pero definitivamente lo estamos viviendo…
[1] Jiles Moreno, Ximena y Rojas Mira, Claudia. De la miel a los implantes. Historia de las políticas de regulación de la fecundidad en Chile. Editado por la Corporación de Salud y Políticas Sanitarias-CORSAPS. Santiago, 1992. En el primer apartado del Capítulo I, titulado La historia de los anticonceptivos en el escenario mundial, se refiere con bastante detalle a los métodos de anticoncepción desde tiempos remotos. Pp.: 75-86
[2] Rosas Guzmán, Daniela. Políticas de control de la fertilidad y planificación familiar en Chile. 1960-1973. Tesis para optar al grado de Licenciada en Historia. Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile. Santiago, 2017. Pp.: 11-13
[3] Tomamos como inspiración para esta parte de nuestro artículo el título dado por la historiadora Jadwiga Pieper Mooney a su estudio Salvar vidas y gestar la modernidad: médicos, mujeres y Programas de Planificación Familiar en Chile, que forma parte del libro Por la salud del cuerpo, publicado en 2008 por la Universidad Alberto Hurtado.
[4] Zárate Campos, María (comp.). Por la salud del cuerpo. Historia y políticas sanitarias en Chile. Ediciones Universidad Alberto Hurtado. Santiago, 2008. Pp.: 193-195
[5] Armijo, Rolando y Monreal, Tegualda. El problema del aborto provocado en Chile. En Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana. Enero, 1966. Pp.: 39-45
[6] Armijo, Rolando y Monreal, Tegualda. Óp. cit. P.: 44
[7] Knowles, Jon. Margaret Sanger-heroína del siglo XX. En Informe de la Planned Parenthood Federation of America, 2009
[8] Zárate Campos, María (compiladora). Óp. cit. P: 201
[9] Centro de Extensión y Estudios de la Universidad San Sebastián. Historia de Chile 1960-2010. Tomo 4: Las revoluciones en marcha. El gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970). Ediciones Universidad San Sebastián. Santiago, 2018. P.: 27
[10] Jiles Moreno, Ximena y Rojas Mira, Claudia. Óp. cit. Pp.: 131-133
[11] Zárate Campos, María (compiladora). Óp. cit. P: 214
[12] APROFA. Actas de la VIII Conferencia Internacional de la Federación Internacional de Planificación de la Familia-Santiago 9-15 de abril de 1967. Santiago, 1968.
[13] Thomas Robert Malthus publicó en 1798 su Ensayo sobre el principio de la población. En él hizo una dura reflexión respecto de cómo el crecimiento acelerado y constante de la población representaba un obstáculo serio para las naciones, pues implica llegar al límite de los recursos naturales y económicos que se tienen para la subsistencia, conduciendo inevitablemente a la miseria.
[14] Este concepto de familia moderna promovida por Estados Unidos queda perfectamente reflejado en un material fílmico del año 1968 encargado por el Population Council y cuya producción estuvo a cargo de la compañía Walt Disney. Esta filmación titulada Family Planning, tuvo como objetivo ser exhibida como estrategia de educación en planificación familiar, cuenta con la participación del icónico personaje del pato Donald y está disponible en la plataforma Youtube <https://www.youtube.com/watch?v=t2DkiceqmzU>
[15] Huneeus, Carlos y Couso, Javier (editores). Eduardo Frei Montalva: un gobierno reformista. A 50 años de la “Revolución en Libertad”. Editorial Universitaria. Santiago, 2018. P.: 266
[16] Zárate Campos, María (compiladora). Óp. cit. Pp.: 215-216
[17] Ibidem. P.: 215
[18] Ibidem. P.: 218
[19] APROFA. Investigaciones sobre planificación familiar. Santiago, 1976.
[20] Rojas Mira, Claudia. Historia de la política de planificación familiar en Chile: un caso paradigmático. P.: 26
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