En septiembre les invitamos a recordar la era dorada del Ballet Azul, que cada domingo encantó con su juego en el estadio. Una época donde el fútbol cumplió una función social por sobre comercial y una etapa que nunca más se volvió a ver en la historia del deporte convertido en “pasión de multitudes”.
Entre 1959 y 1969 el equipo principal del Club de fútbol de la Universidad de Chile tuvo una época de oro, coronándose en seis ocasiones con el título de campeón del Torneo nacional, valiéndole el apodo de Ballet Azul y contando entre dicha generación de jugadores con verdaderas leyendas del fútbol chileno y sudamericano.
Esta década inolvidable para el equipo universitario tuvo su base en un especial proyecto de formación de los jugadores desde las series infantiles y juveniles del club, donde se pusieron los esfuerzos en la formación de futuros miembros para el equipo titular, pero donde además cobró gran importancia el bienestar social y la formación integral de esos futuros adultos para un buen desempeño en lo deportivo y también para que fueran buenos ciudadanos para el país.
Durante la primera mitad del siglo XX en Chile el fútbol no gozaba de la popular que actualmente posee. Compartía de forma mucho más equitativa con los otros deportes la cobertura los medios de comunicación, principalmente periódicos, revistas y radio; era un deporte que no repletaba los estadios, bastante más modestos que los actuales; y sus jugadores eran en su mayoría trabajadores que desempeñaban labores de deportistas a tiempo parcial.
Hasta la irrupción del Ballet Azul, el más popular de los clubes de fútbol en nuestro país era sin dudas Colo-Colo. Los equipos universitarios, en cambio, gozaban de un apoyo menor, aunque fiel y constante, de una hinchada conformada en su mayoría por académicos, funcionarios y estudiantes de “la U” (Universidad de Chile) y “la Católica” (Pontificia Universidad Católica de Chile). [1]
Desde su creación en 1937 y hasta 1959, momento en que comienza la era de Ballet Azul, el Club de fútbol de la Universidad de Chile se coronó campeón de Torneo nacional en una única oportunidad, en el año 1940. Por su desempeño zigzagueante, los dirigentes plantearon la necesidad de reformar el trabajo del club para darle solidez desde sus cimientos, las divisiones infantiles y juveniles, pues el equipo principal estuvo incluso a punto de caer a segunda división del campeonato a mediados de la década de 1950.
“Hace algunos años, los dirigentes de la ‘U’ reflexionaron profundamente. Estudiaron a fondo el problema. Y concluyeron en que había que abordar de otra manera el papel que correspondía a esta representación externa -a través del deporte profesional- de un plantel de la vitalidad, de la importancia y de la responsabilidad que tiene la Universidad.” [2]
Fue así, como desde finales de la década de 1940 y principios de la del 50, la formación de los cadetes en el club sería el foco principal de los esfuerzos humanos y económicos de la Universidad, para en un futuro contar con un equipo principal sólido, resultados que se materializarían en el llamado Ballet Azul.
“Decidieron que no era su papel preferencial formar estrellas del fútbol que pudieran ganar campeonatos, sino hombres capaces de enfrentar la vida con dignidad y emprender, como reflejo de esa capacidad, cualquier obra. Los triunfos deportivos podrían ser la consecuencia lógica de esa capacitación.” [3]
La dirigencia apostó por llevar al fútbol ese rol social propio de la Universidad de Chile, como la institución educativa más importante de nuestro país. Lo lograrían a través de la formación integral de niños y jóvenes en las divisiones inferiores del club, que complementara lo relativo a su disciplina deportiva con una preocupación constante por su rendimiento escolar y el bienestar social y económico de ellos y sus familias.
El periodista Guillermo Acuña González detalla en su memoria de título, realizada con testimonios de las figuras del Ballet Azul, que esta novedosa y estudiada estrategia de formación estuvo a cargo de Víctor Sierra Somerville, médico egresado de la Universidad de Chile, hincha y consejero del club. El Doctor Sierra asumió como Presidente de la Rama de Cadetes en 1952, dando fuerte impulso al plan que venía implementándose desde hacía un par de años y que bajo su dirigencia adquirió formalidad comenzó a mostrar sus primeros frutos. [4]
Como señala el mismo Acuña González, el plan de Sierra consistió en un programa de formación abordado desde cinco ámbitos complementarios entre sí. El primero de ellos se relacionaba con la elección de los directores para cada una de las seis series en las que se agrupaban a los muchachos según su edad [5], donde se privilegió que los encargados tuvieran experiencia en el trato y formación de menores de edad, escogiendo fundamentalmente a docentes para dichas labores. Destacaron entre los elegidos hombres como Luis Álamos Luque y Hernán Carrasco Vivanco, ambos formaron parte del equipo principal del club además de asumir la formación de los cadetes y en el caso de Luis Álamos, incluso cumpliendo la función de director técnico del equipo adulto durante parte importante de la década dorada de Ballet.
El segundo aspecto que contemplaba el plan era el de mantener un estrecho vínculo entre el club y los cadetes, a través de una permanente preocupación por el bienestar económico y social de los muchachos y sus familias. Así fue como la rama de cadetes de la Universidad de Chile dependía de la Dirección de Bienestar de la casa de estudios, uno de los roles fundamentales en este contexto lo asumió la visitadora social Fresia Rubilar, cuyo trabajo fue vital para mantener el compromiso con los entrenamientos, vigilando que ninguno careciera de una correcta alimentación o el adecuado descanso, entre otras necesidades.
El plan consideraba, como tercer aspecto fundamental, un calendario de controles médicos y dentales que permitieran ir evaluando las condiciones físicas y la salud en general de los cadetes. Con ello se buscaba que cada niño y joven se mantuviera en buenas condiciones de salud general que le permitieran un buen rendimiento. Cada muchacho contaba con su ficha donde quedaba registro de sus características físicas como peso y estatura, también describían sus características anatómicas, como largo de piernas o brazos, contextura y otros. Toda esta información contribuía no solo a velar por la salud de los cadetes, sino también a conocer las aptitudes físicas de cada uno y que pudieran influir en su desempeño deportivo.
Como complemento a la evaluación médica se implementaron controles psicológicos periódicos. Estas evaluaciones permitieron conocer el comportamiento de los muchachos durante su crecimiento y su participación en el club y fueron el cuarto ámbito que contemplaba el plan de formación integral. Con estos dos últimos aspectos descritos se deja ver una preocupación por los niños y jóvenes en el más amplio espectro de situaciones. Más evidente es si consideramos que el quinto ámbito que del proyecto formativo era el rendimiento escolar.
Obtener malas calificaciones o bajar el rendimiento escolar eran condiciones por las cuales los muchachos eran suspendidos temporalmente de los entrenamientos hasta que lograran mejorar sus notas, mientras que en el caso de aquellos que repitieran de curso eran eliminados definitivamente de los equipos, pues siempre se priorizó la educación de los muchachos por sobre su formación deportiva. Todo esto dado el compromiso social de la Universidad en general y del club en particular que existía en aquel entonces.
En una entrevista realizada por el periodista Guillermo Acuña al profesor de cadetes del club Washington Urrutia, el docente expresa en claras palabras el compromiso profundo con los muchachos, señalando que:
“… la principal preocupación era preparar personas que fueran capaces de una vez terminada su etapa del fútbol, poder ser útiles a la sociedad. Nadie podía integrar las divisiones inferiores del club si no estudiaba. Si tú eras un niño de escasos recursos, te daban los recursos. Te daban la matrícula, te daban los uniformes, los libros, te daban alimentación y ya en casos extremos te ubicaba hasta una residencia donde vivir” [6]
A todo lo anterior obviamente hay que sumar la preparación técnica y física propia para la práctica de un deporte como el fútbol. Una disciplina de trabajo en equipo que requiere condiciones o aptitudes específicas para desempeñarse de forma eficiente durante los 90 minutos que dura cada partido. Por ello, este plan también comprendía un estudio minucioso del potencial individual de los cadetes, registrando en sus fichas personales:
“… en el aspecto físico, su capacidad, condición y factores de velocidad; en el aspecto técnico anotaban el pie hábil, de remate corto o largo, si era dribleador, goleador, cabeceador; en el psicológico su individualismo, valentía, carácter, tendencia gregaria; y en el táctico su manera de hablar, de comer, de sentarse, condición de líder, compañerismo y aptitud para repetir jugadas de pizarra…” [7]
Todo este programa, completamente innovador para su época, rápidamente mostró los primeros resultados. Los equipos de las divisiones menores del club comenzaron a destacar en sus respectivas competencias, ganando campeonatos de forma cada vez más recurrente y conforme avanza la década de 1950 estos jóvenes formados bajo este sistema comienzan a ocupar posiciones en el equipo principal, destacando no sólo por su calidad deportiva, sino también por sus cualidades humanas y, sobre todo, por su gran compromiso hacia el club.
Nombres como Luis Eyzaguirre, Carlos Contreras, Sergio Navarro, junto al inolvidable Carlo Campos y al ídolo indiscutible de Leonel Sánchez se formaron bajo este proyecto y dejaron su huella en el cuadro de honor, representaron el ímpetu de esta juventud de recambio que sumados a la sabiduría de veteranos como Braulio Musso o Manuel Astorga le dieron vida al Ballet Azul.
El campeonato nacional de 1959 marcó el punto de inflexión en la historia del equipo, después de 19 años de su primera y única vez desde su creación el 1927, la Universidad de Chile volvía a tener entre sus manos el trofeo que lo coronaba campeón. Con un equipo sólido, que mostraba un juego planificado y preciso, el club se ganó el apodo del Ballet Azul. Por la gracia de su trabajo en la cancha, la prensa bautizó de este modo al conjunto universitario, no fue el primero ni el último equipo de fútbol latinoamericano en llevar ese apelativo, pero al menos en nuestro país “la U” brilló como nunca en su historia durante una década. Ocupó portadas de revistas especializadas, sus jugadores se convirtieron en verdaderos ídolos de la década de los 60, llevándose el reconocimiento tanto en Chile como en el extranjero. [8]
Cuando llegó el momento de ser la sede del Campeonato Mundial de la disciplina en 1962, la mayoría de los componentes de la selección nacional provenían del Ballet, incluyendo a su entrenador, Luis Álamos, quien sería un elemento fundamental para el club.
El primer título después de 19 años fue el corolario del esfuerzo no sólo del grupo de jugadores que durante la temporada peleó firmemente cada encuentro, sino también de todos aquellos que dieron impulso y vida al plan de formación del que hablamos anteriormente. Así lo destaca la principal revista deportiva de aquel entonces, Estadio, la cual dio mucha importancia a dicho trabajo, manifestando en sus páginas que
“Universidad de Chile campeón satisface plenamente como expresión de méritos acumulados no sólo a través de una temporada en que fue el mejor, sino como justo corolario de toda una labor sería, consciente, científica y metódica.” [9]
Al triunfo de 1959 le seguirían los del 62 y el bicampeonato en el 64 y 65, luego en 1967 y 1969. En total 6 campeonatos nacionales en una década, los primeros 4 de ellos bajo la dirección de Luis Álamos. Pero los méritos alcanzaron más allá del hecho de adjudicarse el primer lugar en las ocasiones mencionadas, también lograron convertirse en el segundo equipo más popular de la liga chilena junto con Colo-Colo. Sin embargo, esto significaría también que poco a poco fuera cambiando la visión que la dirigencia tuviera del club.
Con cada triunfo, vinieron los aplausos. La prensa de la época contribuyó a convertir a los jugadores en estrellas. Comenzaron a llenarse los estadios, en un fenómeno que no sólo afectó a la Universidad de Chile, si no a todos los equipos nacionales. El éxito comenzó a ser medido ya no con la calidad de juego, ni con la estabilidad de un equipo, sino con la popularidad y eso sólo se conseguía ganando campeonatos.
El foco se puso entonces en contar con un “equipo estelar”, que atrajera a las masas al estadio y para ello, los esfuerzos económicos se dirigieron a la compra de jugadores atractivos. Esto significó una fuerte y permanente inversión de recursos que, como podemos ver en los resultados desde 1970, no se tradujo en resultados favorables pues no volvieron a ganar otra corona en la liga nacional en 25 años. Pero para ese entonces la mística del Ballet Azul era parte del pasado. [10]
Conforme fue pasando el tiempo, los referentes de la década de los 60 quedaron atrás y aunque aparecieron nuevas figuras la corona de campeón se hizo cada vez más esquiva. Al llegar a 1980 nada quedaba de esa época dorada. El club arrastraba deudas millonarias por la compra de las “grandes contrataciones”, la rama de cadetes dejó de ser un espacio formativo con la identidad que le dio alma al Ballet y el club completo fue desvinculado de la casa de estudios para ser administrado por una corporación que a duras penas logró mantener al equipo a flote.
Los resultados en lo futbolístico fueron en general regulares y aunque lograron mantenerse buena parte del tiempo en los primeros lugares del torneo nacional, a finales de los 80 el equipo mostraba serias dificultades para ganar sus partidos, tanto así que al culminar el torneo de 1989 Universidad de Chile descendía a segunda división del campeonato luego de una temporada para el olvido. [11]
En 1990 “la U” volvió a la primera división y ha logrado mantener su popularidad hasta nuestros días gracias a una hinchada fiel y numerosa a lo largo del territorio nacional, pero nunca más el fútbol de nuestro país ha visto un equipo con la constancia, coherencia, solidez y “magia” del Ballet Azul. Hoy vemos como niños y jóvenes en las escuelas de fútbol sueñan con jugar en equipos extranjeros y seguir el camino de sus ídolos sin expresar un mayor compromiso con el club en el cual se están formando. Lo que se debe a que tampoco dichas escuelas deportivas ponen el énfasis en mantener a los muchachos dentro del club, sino que muchas veces son vistos como figuras individuales con proyección de ser vendidos a grandes equipos de la liga europea, por ejemplo.
Finalmente, queda en la atmósfera el recuerdo del Ballet Azul como un modelo, o como un ejemplo de una forma de entender el fútbol que fue propia de su época, en donde primaba el compromiso y el bienestar social de los jugadores, de quienes además se esperaba fueran un aporte a la sociedad más allá del deporte. Muy diferente de lo que vemos hoy, donde se espera que los cadetes de los clubes exploten al máximo el potencial deportivo que los lleve a jugar en equipos populares, donde aspiren a grandes contratos y a que se conviertan en figuras.
“Club deportivo actualmente es una empresa o sociedad con fines de lucro. Y eso lo dice todo. Actualmente no existe ninguna preocupación por la formación personal. Se trata de producir un producto vendible. Yo haciendo un parangón podría decir que antes el futbolista era un sujeto, ahora es un objeto. El fútbol era un deporte, ahora es un trabajo. El futbolista es un objeto que se transa en el mercado” [12]
[1] Santa Cruz, Eduardo. Crónica de un encuentro. Fútbol y cultura popular. Ediciones Instituto Profesional ARCOS. Santiago, 1991. Pp.: 12-45
[2] Revista Estadio. Los méritos de la “U”. N°860. Santiago, 19 de noviembre de 1959. p.: 6
[3] Ibidem.
[4] Acuña González, Guillermo. Club deportivo Universidad de Chile 1959-1969: El origen del Ballet Azul y la historia de sus ídolos. Memoria para optar al título de periodista. Instituto de Comunicación e Imagen. Universidad de Chile. Santiago, 2015. P.: 14
[5] Las divisiones de la rama de Cadetes de la Universidad de Chile eran tercera infantil, segunda infantil y primera infantil, juvenil, intermedia y cuarta especial. En ellas se formaban a niños y jóvenes desde los 12 años, llegando incluso hasta los 21. Finalizada la última división formativa, los deportistas continuaban su etapa de adultos en la reserva del club o bien, los más afortunados, ocupando un puesto en el equipo principal o cuadro de honor.
[6] Acuña González, Guillermo. Óp. cit. Pp.: 10-25
[7] Óp. cit. P.: 19
[8] Acuña González, Guillermo. Óp. cit. P.: 5
[9] Revista Estadio. Óp. cit. P.: 9
[10] Santa Cruz, Eduardo. Óp. cit. Pp.: 16-17
[11] Ibidem.
[12] Entrevista a Washington Urrutia, entrenador de las divisiones inferiores de la Universidad de Chile en la década de 1950. En Acuña González, Guillermo. Óp. cit. P.: 215
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