A 135 años del nacimiento de Juan Antonio Ríos.
Con el título que lleva este artículo, la revista En viaje, en su edición del mes de julio de 1946 despedía al recientemente fallecido Presidente de la República, Juan Antonio Ríos.
Nacido en el sur de nuestro país, perdió a su padre a temprana edad; estudió leyes en Concepción y siendo muy joven se inició en la política, primero con cargos locales y luego como parte del gobierno y del Parlamento, todo en medio de la turbulencia de las décadas de 1920 y 1930.
Su llegada a la primera magistratura en 1942 estuvo marcada por la premura de llevar a cabo elecciones tras la repentina muerte del jefe de Estado y se convirtió en Presidente de la República sin saber que compartiría el mismo triste destino de su antecesor Pedro Aguirre Cerda, al fallecer sin terminar su mandato presidencial a fines de junio de 1946.
Este 10 de noviembre se cumplen 135 años de su natalicio, por lo que les invitamos a recorrer algunos pasajes de sus intensos 57 años de vida.
Juan Antonio Ríos Morales nació en la hacienda de su padre en las inmediaciones de Cañete, actual Región del Biobío, el 10 de noviembre de 1888. Fue el menor de cuatro hermanos del matrimonio entre Anselmo Ríos y Lucinda Morales. A los pocos meses de haber nacido, su padre falleció, dejando a la madre del futuro presidente con la no menor dificultad de tener que compartir la herencia de sus propios hijos con los otros seis de los dos matrimonios anteriores de don Anselmo. Esta situación repercutió significativamente en la vida de Juan Antonio, quien en su adolescencia incluso debió postergar sus estudios secundarios para trabajar en las tierras de su familia.
Completada la secundaria, Ríos ingresa al Curso Fiscal de Leyes de Concepción, siendo hasta la fecha el único mandatario chileno que no hizo sus estudios superiores en Santiago. Es en esta etapa de su vida cuando inicia su acercamiento a la política, uniéndose al radicalismo y una vez egresado y trabajando como abogado, ocupó cargos como regidor y tercer alcalde de Concepción.
Apenas iniciada la década de 1920, mientras Ríos se involucra activamente en la candidatura presidencial de Arturo Alessandri Palma en 1920 y posteriormente lidiaba con su primera y frustrada carrera por un puesto como diputado, mantuvo un corto noviazgo con Marta Ide Pereira, con quién contrajo matrimonio en 1921 tras el ofrecimiento de parte del gobierno para asumir como Encargado de negocios y cónsul general de Chile en la República de Panamá. Así, recién casados parten al país centroamericano donde se radicaron hasta 1923 y dónde nació el primero de sus tres hijos.
De regreso en Chile retomó sus esfuerzos por un cupo en el Parlamento, consiguiendo su primera victoria como candidato a diputado en 1924. Por ese entonces Chile vivía una compleja época de crisis política que incluyó la ausencia temporal del presidente Alessandri, un intento de derrocamiento de éste, la irrupción de los militares en la política, el retorno del mandatario, una nueva Constitución y la renuncia del gobernante, todo ello en alrededor de un año. En este período, Juan Antonio Ríos se aleja de Alessandri y da un polémico vuelco hacia la figura de Carlos Ibáñez del Campo.
Posteriormente, en 1930, se convierte en Senador de la República en el controvertido Congreso Termal conformado durante el gobierno de Ibáñez del Campo.
Las diferencias dentro del partido radical, su carácter y la propia situación interna del país, lo llevaron en numerosas ocasiones a confrontarse con otras figuras de la escena política, a presionar con amenazas de renuncia al partido o, incluso, con algunas célebres escaramuzas que traspasaron de lo verbal a lo físico.
La llegada de una nueva década no trajo sino un recrudecimiento de la crisis política, económica y social que atravesaba Chile. Una economía en ruinas, un gobierno autoritario y una sociedad profundamente decepcionada hacían ver con poco optimismo las posibilidades de un mandato presidencial más estable que los anteriores. Todo esto se vio reflejado en la inédita situación por la que atravesó Chile entre la renuncia de Carlos Ibáñez en julio de 1931 y el regreso de Arturo Alessandri a la presidencia en diciembre de 1932, donde sucesivos gobiernos se disputaron la conducción del país en apenas unos meses, siendo Juan Antonio Ríos uno de los activos participantes en este período involucrándose en los esfuerzos por llegar a una estabilidad y ocupando cargos ministeriales en al menos dos ocasiones.
Con el retorno de Alessandri como Presidente de la República tras las elecciones de 1932, Ríos se perfiló como uno de sus opositores. El giro a la derecha política del mandatario motivó su alejamiento tras haber sido uno de sus partidarios durante su primer gobierno y desde su puesto como diputado, Ríos se mostró enérgico y crítico no sólo hacia éste, sino también contra el General Ibáñez y sus intenciones de volver a la política.
Así, hacia fines de la década de 1930, tanto Ríos como el partido radical, se encaminaron en la campaña por llegar a la primera magistratura y si bien no siempre estuvo de acuerdo con el primer presidente radical del siglo XX, don Pedro Aguirre Cerda, ni con la coalición en la que estaba su partido, el Frente Popular, él se mantuvo en una postura de líneas políticas más cercanas a la derecha y que le ayudarían a presentarse como el candidato idóneo a las elecciones presidenciales que debieron llevarse a cabo tras la inesperada muerte de Aguirre Cerda en noviembre de 1941.
Si bien Pedro Aguirre Cerda no fue el primer presidente en morir durante su mandato, las características de su persona y el marcado énfasis social de su gobierno hicieron que su deceso causara un fuerte impacto en la sociedad, donde un multitudinario funeral y las grandes muestras de pesar en la población dieron cuenta del cariño hacia su figura. Mientras en la esfera de lo político, la conmoción se tradujo en el problema de elegir un sucesor, pues ningún partido estaba preparado para una elección de emergencia y por ende no había candidatos designados para participar en los comicios.
Dentro del partido radical, de quienes se esperaba que se mantuvieran en el gobierno con el siguiente mandatario, emergieron en primera instancia cuatro figuras, una de ellas rechazó la posibilidad de ser candidato, otro no contó con el apoyo suficiente para presentarse, quedando solo dos de las más potentes opciones. Pon un lado estaba Gabriel González Videla, más cercano a la izquierda y a las ideas “aguirristas”, pero que no se encontraba en el país por estar cumpliendo funciones como embajador en Francia; mientras que por otra parte estaba Juan Antonio Ríos, quien tenía la ventaja de estar en Chile para hacer campaña electoral, situación que aprovechó para manifestar sus intenciones presidenciales apenas finalizado el funeral de Aguirre Cerda. Ambos hicieron uso de todo su capital político para ser electo como el candidato del radicalismo, el primero con más apoyo de los sectores de izquierda, el otro por los de derecha.
Ríos finalmente se impuso en las elecciones internas para definir al candidato radical, eso sí con un estrecho margen de diferencia con González Videla, gracias a la campaña que lo perfiló como un hombre de acciones, no de promesas; con hincapié en su experiencia política y su defensa de los valores republicanos; un hombre lo suficientemente fuerte de carácter para conducir a Chile en las dificultades que atravesaba por el impacto de la Segunda Guerra Mundial, como diría el eslogan de su campaña recogido por la prensa “el mejor hombre para el peor momento”.
Con su carácter pragmático, resumió el programa de gobierno de cara a las elecciones presidenciales en la frase “Justicia, Trabajo y Libertad”, alejándose del discurso apasionado que llevó a la presidencia a su antecesor, Ríos se dedicó a asegurar que durante su gobierno los esfuerzos estarían centrados en el trabajo, la justicia y el respeto de los derechos de las personas. Apeló a la idea de un gobierno nacional, convocando directamente a los partidos políticos a trabajar por el bienestar de Chile.
Su gran contrincante curiosamente fue en algún momento del pasado uno de sus aliados, Carlos Ibáñez del Campo a quién enfrentó con los fantasmas de su inconcluso primer gobierno (1927-1931) que le permitió afianzar el apoyo de los sectores de izquierda contra un candidato al que vincularon con el autoritarismo fascista. Finalmente, Ríos se convierte en Presidente de la República con un 55,74% de los votos.
Al asumir la presidencia Ríos intentó mantener esa imagen de “el mejor hombre”, fuerte y defensor del orden, que le valió el apodo de “Don Mandantonio” de parte de la revista Topaze, con la elección de su primer gabinete, el que pretendió llenar de hombres altamente capacitados para sus funciones, los “mejores y más capaces”, teniendo al menos un comienzo tranquilo para su mandato.
Lamentablemente a poco andar comenzó a enfrentar las primeras dificultades políticas, tanto dentro como fuera de la coalición de gobierno. Las diferencias entre socialistas, comunistas y liberales lo obligaron a redefinir ministros e incluso a modificar sus acciones de gobierno a pesar de declarar en múltiples ocasiones que se mantendría firme en su programa. Debió lidiar con el impacto que siguió teniendo la Segunda Guerra Mundial en nuestro país y las presiones por tomar partido por alguno de los dos bandos. Sin embargo, las dificultades económicas y los problemas sociales fueron por lejos el mayor obstáculo de su gestión.
En lo económico, sus políticas para contrarrestar la inflación, el desabastecimiento y el estancamiento en la producción sólo tuvieron resultados en el corto plazo, no pudiendo revertir por ejemplo el alza en el costo de la vida y las consecuentes presiones sociales por no haber cumplido las expectativas generadas durante su campaña.
Respecto de los problemas sociales, su principal meta fue contenerlos, pues eran una constante para todos los gobiernos desde los inicios del siglo. Con su discurso constante de defensa hacia los trabajadores y los primeros resultados de sus políticas económicas, logró cierto éxito en sus intenciones. Además, supo usar el conflicto internacional como un argumento para validar la austeridad y cautela con la que se implementaban los cambios. Sin embargo, el constante freno que ponía a las demandas sociales alimentó un malestar que hizo estallar varios conflictos, sobre todo aquellos relacionados con los deseos de sindicalización de los trabajadores y las mejoras de las condiciones laborales. De esta forma, si bien sus primeros años como presidente fueron tranquilos, hacia 1943 las huelgas y manifestaciones públicas fueron en aumento y aunque el gobierno se negó a reprimir con fuerzas militares, los sucesos de Plaza Bulnes de enero de 1946 terminaron en un enfrentamiento con la policía que dejó varios muertos, motivó la renuncia de varios ministros, entre ellos Frei Montalva en la cartera de Obras Públicas y significó el comienzo de una etapa de mayor violencia política, no para Ríos quien para ese entonces ya había dejado todo en manos de su Ministro del Interior debido a los impedimentos de su enfermedad, sino principalmente para sus sucesores quienes tendrán que lidiar con el impacto del ideario de la Guerra Fría en nuestro país.
Durante una gira por el continente, Juan Antonio Ríos manifestó el desgaste físico por una enfermedad grave a la que aparentemente restó importancia hasta que sus malestares le impidieron continuar con sus funciones. Así, a su regreso a Chile decidió tomar un descanso para reponerse, dejando el mando del gobierno a su ministro Alfredo Duhalde. Sin embargo, el que pretendía ser un descanso de un par de semanas, se transformó en una ausencia permanente hasta que falleció a mediados de año.
Se dice que los médicos nunca le revelaron ni el carácter ni la gravedad de su enfermedad, cáncer. Tampoco se habría hecho pública la real condición del mandatario. Sin embargo, por testimonios de cercanos recopilados en el libro “Juan Antonio Ríos: el presidente olvidado” del historiador Milton Cortés y al cual hemos recurrido para escribir estas líneas, tras una cirugía realizada en marzo, Ríos comenzó a ser consciente de que su anhelada recuperación no se materializaría y sólo aspiraba a sentirse lo suficientemente bien como para llevar a buen término su mandato presidencial.
Sus hijos y amigos que le acompañaron en sus últimos días manifestaron en sus memorias y en declaraciones a la prensa posteriores a la muerte de Ríos que su mayor preocupación era el devenir del país. Él ya había sido testigo del impacto del fallecimiento de su antecesor, podría fácilmente imaginar las consecuencias de su propio deceso.
Antes de caer en un coma definitivo, tuvo tiempo para despedirse de sus más cercanos y pronunciar sus últimas palabras “El país…Chile”, murió pocas horas después, la madrugada del 27 de junio de 1946.
La revista En viaje a la que hicimos referencia al comienzo de este texto y que inspiró el título de nuestro destacado del mes, le dedicó estas últimas palabras:
“En el Presidente que se ha ido hay que honrar a nuestra raza. Él era el auténtico representante del Chile estoico y entero, de ese Chile que almacenó en el corazón de sus ciudadanos la fuerza misteriosa de las dos inmensidades que orlan su territorio: el mar y la montaña.
Su nombre queda entregado al veredicto de la historia. Nosotros, que no hacemos otra cosa que captar con sentido humano los acontecimientos que conmueven a nuestra patria, nos inclinamos reverentes ante los despojos de este viajero de la eternidad.” (En viaje, julio 1946)
Biblioteca Nacional Digital. Don Juan Antonio Ríos, el Presidente que supo morir. Revista “En viaje”, julio 1946. En línea http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:82468
Comentarios cerrados.