Destacado del mes:
Edvard Munch: Autorretrato. Litografía, 1985. Foto © Munchmuseet
Edvard Munch es uno de los artistas más reconocidos a nivel mundial. Su obra El grito, de la que el artista realizó varias versiones, es a estas alturas todo un ícono de la cultura pop, estando presente hasta en los emojis de nuestros servicios de mensajería. Es uno de los fundadores del movimiento expresionista y junto al dramaturgo Henrik Ibsen y al pianista Eduard Grieg, conforman la tríada más grande de la escena artística de Noruega.
Munch tuvo una infancia y adolescencia difícil, marcada por la pérdida, el dolor y la enfermedad y una vida adulta no exenta de profundas y complejas emociones que fueron plasmadas con notable genialidad en sus obras, las cuales fueron mutando a través de las diferentes etapas de su vida, transitando desde una época en la que sus trazos están llenos de melancolía, soledad, angustia; a un momento en el que priman el color, la energía, la naturaleza.
Siendo muy joven tomó la decisión de ser pintor, oficio que lo acompañó hasta su muerte, de la cual ya han transcurrido 80 años. Por ello, les invitamos a recorrer algunos hitos de su vida y a aproximarnos modestamente a este artista cuyo legado nos transmite intensas emociones con una simple mirada a sus obras.
Edvard Munch nació en Loten, Noruega, un 12 de diciembre de 1863. Sus padres fueron Christian y Laura; tuvo cuatro hermanos, de los cuales su hermana mayor Johanne Sophie era su favorita. Por razones de trabajo del padre, la familia se instaló en Kristiania (hoy Oslo) desde 1864. Desafortunadamente, cuando Edvard tenía sólo cinco años su madre murió a causa de tuberculosis, misma enfermedad que casi diez años después se llevaría a su hermana predilecta, cuando ambos eran adolescentes. Tras la pérdida de su madre su tía Karen se hizo cargo de ellos, cultivando una estrecha y afectuosa relación con el futuro artista. Su padre, un médico militar, tuvo dificultades para sobrellevar la muerte de su esposa, pero ello no impidió que, a pesar de ser un hombre estricto, con una situación económica bastante austera y algo obsesivo en lo religioso, se mantuviera siempre al pendiente de su familia.
Munch fue un muchacho de salud frágil, tanto así que debió recibir educación en su casa ante las dificultades para asistir a la escuela. Pasando largas temporadas de reposo y al parecer motivado por su tía, desarrolló su pasión por el arte, tomando la decisión de dedicarse a ello cuando tenía 17 años, ingresando a la Escuela Real de Arte y Diseño de Kristiania en 1880.
A poco de iniciar sus estudios en la academia demostró su talento y sensibilidad, sus obras poco a poco fueron despertando dispares opiniones y críticas y aunque quedan pocos ejemplares de esa etapa de artista en formación, los bocetos que se conservan muestran una nutrida producción de retratos, desnudos y escenas.
En 1885, con 22 años y gracias a una beca académica pudo materializar su primera estancia en París. Durante tres semanas experimentó en primera persona la efervescencia artística parisina bajo los cánones del impresionismo y postimpresionismo imperantes en aquella época, estilos que influyeron en sus primeras obras emblemáticas pero que prontamente le serían insuficientes para expresarse.
Una de las temáticas que se hace presente durante buena parte de su vida emerge en sus primeros años artísticos y está directamente relacionada con las emociones y experiencias de su infancia y adolescencia, muchas de sus obras están marcadas por el dolor, la muerte, la soledad, la enfermedad, la angustia y la pérdida. De hecho, una primera versión de una de sus obras más reconocidas, con la que participó en la Exhibición Anual de Otoño de Kristiania en 1886, La niña enferma está inspirada por el largo padecimiento de su hermana Johanne Sophie antes de morir. De este motivo Munch realizó varias versiones y en diferentes técnicas, agregando o quitando elementos a la escena, modificando colores, en planos completos o en detalle, pero todas comparten la atmósfera conmovedora de la agonía, el cansancio, la debilidad de su protagonista.
Esta sensibilidad mostrada tan abiertamente por Munch en sus obras no siempre fue bien recibida, recibió duras críticas de parte de sus pares y estudiosos del arte durante su vida y hasta nuestros días sus tópicos, técnicas y sensaciones plasmadas en las miles de pinturas, dibujos, bocetos que dejó tras de sí son motivo de estudio más allá de lo artístico, por disciplinas como la psicología y la neurociencia que postulan que la genialidad de Edvard Munch y su enorme producción artística estarían relacionadas con algún tipo de trastorno afectivo, probablemente bipolaridad, o con rasgos de personalidad de tipo limítrofe, lo que habría hecho de sus trabajos no sólo una manifestación de color, luces y sombras, sino una constante reflexión sobre sí mismo, sus emociones y sus experiencias.
En el cambio de década Munch experimentó nuevas situaciones que impactaron en su producción artística. En 1889 llevó cabo su primera exhibición en solitario en un salón que arrendó especialmente para ello en la capital noruega, gracias a la cual obtuvo nuevamente una beca para ir a París, esta vez por un año, coincidiendo con las actividades de la Exposición Universal que se celebró ese año y que es todo un símbolo de cambios y modernidad. Sin embargo, durante ese viaje su padre falleció, sumiendo a la familia en una compleja situación económica y a Edvard en una profunda depresión.
Esta nueva pérdida familiar también trae un nuevo impulso artístico, nuevas ideas y la manifestación de su deseo personal de que sus obras mantengan ese carácter personal y profundo. Se consolida su figura de artista conmovedor, para gusto y disgusto del público y la influencia del postimpresionismo en sus obras se hace evidente. Durante este nuevo periodo en su vida trabaja en algunas de sus obras más emblemáticas, como la primera versión de El grito dibujado en la técnica del pastel probablemente hacia 1893.
Por esa misma época, en 1892, Munch es invitado a exponer en la ciudad de Berlín, una oportunidad que no dudó en aprovechar, sin imaginar que terminaría en toda una polémica debido a que su estilo no fue bien recibido por la comunidad de artistas alemanes más conservadores, quienes elevaron un reclamo respaldado por la Real Academia de Bellas Artes ante la Asociación de Artistas de Berlín, organizadora de la exposición, por considerar que las obras eran demasiado atrevidas e incluso ofensivas. Finalmente, la exhibición fue cerrada apenas una semana después de su inauguración. A pesar de la situación, Munch parece tomarlo todo con bastante optimismo, argumentando que incluso toda la polémica le ayudó a hacerse conocido. Curiosamente, años después Alemania sería cuna del expresionismo, movimiento artístico de amplio alcance del que precisamente Edvard es uno de sus principales exponentes.
Si bien Munch no se casó y tampoco tuvo hijos, su vida no estuvo exenta de relaciones de pareja y aunque no se conocen detalles sobre todas ellas, si se sabe de algunas que lo marcaron profundamente. Una de sus primeras relaciones comenzó tras su estadía en Berlín antes mencionada, pero terminó hacia 1902 con un quiebre bastante turbulento desatando junto a otras vivencias un período de varios años de mucha intensidad emocional en la que se mezclaron la bohemia, el consumo abusivo de alcohol, su aparente depresión y los esfuerzos por reinventarse en medio de la efervescencia europea a principios de un nuevo siglo; una etapa que si bien significó una producción artística notable, también culminó con Munch tomando la decisión, en 1908, de regresar a Noruega e internarse voluntariamente durante varios meses para tratar sus problemas de adicción.
Durante esos intensos años de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX surge la diversa e importante serie de obras que Edvard agrupará bajo el título de El friso de la vida y que él mismo describiría como una poesía sobre la vida, el amor y la muerte, clasificándose así en esas tres categorías en su texto publicado en 1918 en el que además dio el nombre al compilado de cuadros. Entre estas obras se encuentran distintas versiones de sus temas más recurrentes hasta esa fecha, como Melancolía, El beso, Madonna y El grito, entre otras. Más adelante en su vida, Munch daría el carácter de friso a varias series más, pero abordando nuevas temáticas y dando vida al estilo expresionista que lo caracterizó.
Edvard Munch: El grito. Temple y óleo sobre cartón sin imprimación, ¿1910? Foto de : Munchmuseet.
Todo parece indicar que aquellos meses que pasó internado para tratar su problema con el alcohol representan un punto de inflexión en su vida personal y artística. Durante ese tiempo, la terapia del exitoso psiquiatra danés Daniel Jacobson le ayudó a estabilizarse emocionalmente además de manejar su adicción, permitiéndole retomar su producción y consolidarse artísticamente en la escena europea.
Entre 1909 y 1916 trabajó para la Universidad de Kristiania (hoy Universidad de Oslo) en un proyecto para la conmemoración del centenario de su fundación. Munch asume la tarea de realizar una serie de pinturas para el Aula Magna, desarrollando por primera vez en su vida un trabajo de tipo monumental, con once obras de gran tamaño y muy diferentes a las realizadas hasta ese entonces, llenas de color, vida y energía que buscan narrar la historia de la universidad y las ciencias. Los cuadros, realizados entre 1911 y 1916, se conservan hasta hoy en el salón de honor de la institución y representan el giro en la obra del artista.
Finalizando este período, Munch adquiere el vivero Ekely en las afueras de Oslo, manda a construir un gran estudio junto a la casa y establece allí su residencia definitiva hasta el día de su muerte. Para ese entonces, cuando ya superaba los cincuenta años, es un artista famoso, había llevado su arte fuera de Europa gracias a varias exposiciones en Estados Unidos y gozaba de una producción numerosa y que no hará más que aumentar en las décadas venideras, inspirado por los paisajes que le rodearon en el lugar que convirtió en un verdadero refugio para él y sus perros.
En Ekely pasó los turbulentos años de las guerras mundiales que asolaron Europa desde 1914 a 1945. Su arte nunca reflejó estos conflictos bélicos, así como tampoco muestra una perspectiva política, por lo que podríamos decir que al igual que Noruega, Munch opta por la neutralidad, aun cuando no es una postura para nada fácil de sostener. Eso no significa que el artista fuese indiferente a lo que ocurría, de hecho, tras la invasión de la Alemania nazi a Noruega desde 1940, el temor por el destino de obras que mantenía en su casa lo llevó a testamentar que tras su deceso éstas fueran heredadas al municipio de la capital.
Pasó los últimos años de su vida en la soledad y relativa tranquilidad de su residencia, sólo acompañado de sus mascotas a las que demostró su afecto de numerosas formas, entre dibujos, fotografías y filmaciones. A fines de 1943 y poco después de cumplir los 80 años, sufre una caída en medio de una noche de invierno, contrayendo un resfriado del cual no pudo recuperarse. Falleció mientras dormía el 23 de enero de 1944.
Sin lugar a duda su pasión e inspiración fueron enormes, pues tras su muerte se encontraron en su casa miles de obras, entre pinturas, dibujos, grabados, incluso algunas esculturas, regadas por cada rincón de las habitaciones, dando cuenta de su inagotable capacidad creativa. Y aunque no siempre cuidó de sus obras, pues muchas presentaban manchas, huellas de sus zapatos o de sus perros y marcas de humedad cuando fueron rescatadas de Ekely, no deja de impresionar la genialidad con la que trabajó hasta sus últimos días.
Hoy, en el casco histórico de la ciudad de Oslo, en uno de los barrios más turísticos de la capital noruega se emplaza el Munch Museet (Museo Munch). Un imponente y vanguardista edificio de trece plantas alberga las más de 26 mil obras legadas por Munch y que con cuatro pisos dedicados exclusivamente a él, lo convierten en el museo más grande del mundo dedicado a un único artista. Este espacio, que además ofrece servicios de biblioteca, talleres, cafetería, restaurante y galería de exposiciones temporales, es todo un referente de los museos de arte, ofreciendo múltiples experiencias a sus visitantes gracias a la emocionalidad y sensibilidad de Edvard Munch.
Te recomendamos.
Comentarios cerrados.