Hace 90 años comenzó uno de los conflictos armados más extensos y significativos del siglo XX en América Latina: la Guerra del Chaco. Este enfrentamiento entre Bolivia y Paraguay, que dejó decenas de miles de víctimas y marcó profundamente la historia de ambos países, también dio origen a valiosos testimonios históricos, literarios y audiovisuales. En este mes recordamos esta guerra a través de dos obras presentes en la biblioteca del expresidente Eduardo Frei Montalva —Historia contemporánea de Bolivia 1930–1976 y Sangre de mestizos— y de un singular filme realizado por un soldado boliviano en pleno frente de batalla.
Desde sus respectivas independencias, los países latinoamericanos han enfrentado conflictos al delimitar sus fronteras. Si a eso se suman factores como el hallazgo de recursos naturales explotables o rencillas entre élites políticas y sociales, se genera un caldo de cultivo para disputas bélicas.
De estos episodios surgen múltiples formas de narrarlos. La más común es desde la academia, pero existen otros casos como cronistas, periodistas y fotógrafos, muchos de los cuales estuvieron presentes en el lugar de los hechos.
En este mes recordamos uno de los conflictos más importantes del siglo XX en América Latina por la cantidad de efectivos militares movilizados: la Guerra del Chaco, que enfrentó a Bolivia y Paraguay entre septiembre de1932 y junio 1935. Ambos países reclamaban soberanía sobre el Chaco Boreal, una extensa y árida llanura de más 200 mil km², situada entre los Andes y los ríos Paraguay y Paraná, de la cual compartían límite. La zona, inhóspita y extrema, podía pasar de una sequía agobiante a intensas lluvias que convertían el terreno en un lodazal imposible de cruzar.
“Picada esperanza abierta por el regimiento linares. Sector Sud”. Fuente: Torrico Zamudio, 2017, p. 87. De la página web https://atheneadigital.net/article/view/v25-n1-fort/2490
El conflicto escaló cuando Paraguay, tras agotar la vía diplomática al acudir sin éxito a la Comisión de Conciliación y Arbitraje de la Unión Panamericana (también llamada Comisión de los Neutrales), atacó el fortín Boquerón. Bolivia se negaba de que dicha Comisión resolviera el entuerto por vía diplomática. Así comenzó una guerra de tres años con enormes costos humanos: cerca de 90 mil jóvenes murieron.
Durante gran parte del conflicto, Paraguay mantuvo la ventaja, no solo por su armamento o logística, sino también por la ineficiencia del alto mando boliviano. Según relatos recogidos por Mariano Baptista, el mando militar boliviano era irresponsable y corrupto. Los suministros llegaban en mal estado o eran innecesarios, como alcohol para los oficiales en vez de agua y comida para los soldados.
La falta de identificación con la causa llevó a muchos soldados bolivianos, especialmente indígenas, a desertar. Estos grupos, marginados de la idea de patria, eran enrolados a la fuerza cuando las bajas aumentaban. Se calcula que unas 10 mil personas desertaron. Además, sectores obreros movilizados instaban a la población a no participar, al considerar que la guerra era una lucha entre iguales de distintas naciones. El gobierno boliviano los persiguió por considerarlos traidores.
Otro factor clave fue el rol de empresas extranjeras. La Standard Oil, que operaba en el sudeste boliviano y controlaba los principales yacimientos petrolíferos de la zona, buscaba una salida al Atlántico para exportar petróleo sin depender de Argentina. Aunque se declaró neutral, Bolivia descubrió al final del conflicto que la empresa había vendido combustible a Paraguay y utilizado oleoductos clandestinos, además de ocultar equipos para evitar entregarlos al ejército boliviano.
Paraguay, en contraste, buscó en varias ocasiones la paz por vía diplomática y permitió rendiciones en distintos enfrentamientos. La actitud más beligerante, al parecer, provenía del presidente boliviano Daniel Salamanca, quien, entre 1931 y 1934, insistía en combatir hasta el final, sus órdenes eran seguir en el campo de batalla hasta que la última bala sea ocupada y el último hombre no quede en pie, sin considerar el mal estado del ejército ni la falta de preparación de sus mandos. Su autoritarismo provocó un quiebre con los altos mandos militares, quienes lo derrocaron en 1934 durante el llamado «corralito de Villamontes», asumiendo el poder el vicepresidente José Luis Tejada Sorzano.
Aunque Tejada Sorzano continuó la guerra, también retomó la vía diplomática tras nuevas derrotas, como la de la batalla de Villamontes. En los últimos combates, que duraron 40 días, Paraguay retrocedió brevemente, pero Bolivia no supo aprovechar la ventaja. Las últimas acciones militares fueron la toma de Mandeyapecua y la batalla de Pozo del Tigre, en abril y junio de 1935, favorables a Paraguay.
Finalmente, el 12 de junio de 1935 se firmó el cese del fuego entre el canciller boliviano Tomás Manuel Elío y el ministro paraguayo Luis A. Riart. El tratado definitivo se firmó el 21 de julio de 1938 en Buenos Aires, otorgando el 75% del territorio disputado a Paraguay y el 25% a Bolivia.
Estos hechos están reflejados en dos obras presentes en la biblioteca del expresidente Eduardo Frei Montalva: Historia contemporánea de Bolivia 1930–1976, del abogado boliviano Mariano Baptista Gumucio, y Sangre de mestizos, del periodista y veterano de guerra Augusto Céspedes, que reúne ocho relatos sobre el conflicto.
Finalmente, destacamos el mediometraje La Guerra del Chaco 1932–1935, realizado por Luis Bazoberry, fotógrafo y miembro del ejército boliviano. Bazoberry comenzó registrando hospitales de retaguardia, pero luego fue asignado a la sección aerofotogramétrica. Aprovechó su experiencia para filmar escenas del frente con una cámara de cuerda. El filme, de unos 30 minutos, se exhibió por primera vez en La Paz en 1936. Tras la tregua, Bazoberry viajó a España para revelar el material y dar forma al metraje, conocido también como Infierno verde.
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